Lealtad
Palabra hermosa, corta y contundente. La lealtad es una virtud que pocos defienden y muchos profesan. Es esa emoción que propicia la reflexión y luego, después de ciertas actuaciones humanas, se convierte en una simple aspiración sin sentido, a la que pocos llegan porque la palabreja, tan bella y dulce, pierde su significado.
La lealtad es también esa emoción que genera paz. Es la presencia viva de aquello que llamamos conciencia, tranquilidad, presencia de Dios. Es el gesto sincero, respetuoso y humilde que llena de satisfacción, que anima las decisiones y promueve la esperanza.
La lealtad, en estos tiempos, es un artículo suntuario. Se vuelve más cara cada vez, como si fuese una directa y triste afectada por efectos de la inflación, que sólo se aplica para ella. La lealtad es el mensaje que pocas personas transmiten, bien en sus actividades laborales, o en sus relaciones privadas. Aún, en estas, la lealtad parece cada vez más lejana y distante.
Admiro y aprecio la lealtad. Extraño sus efectos, su práctica, su difusión. En escenarios complejos, como los de hoy en día, la lealtad es una mampara que muchos emplean para vencer barreras y abrir portones, aunque una vez vencidos y abiertos la mampara se transforma en máscara y luego en arma letal, usada para destruir confianza y aprovecharse de la «papaya ponida», que a muchos les gusta comer.
Valoro, profeso y animo la lealtad. Creo y siento que se trata de uno de los más altos valores filosóficos y humanos y, pese a la inmensa facilidad para tirarla, vencerla o abandonarla, reitero mi afecto y pasión por esta palabra que me ha regalado tantos momentos de alegría, y que también me ha causado inmensas desolaciones por ver cómo algunos viejos, jóvenes o nuevos amigos la tiraron por la borda y disfrutaron tanto el hacerlo. Mis tristezas no importan, mi desolación no vale nada ni afecta negativamente el curso de mi vida. Soy leal, y lo seguiré siendo.
Dios me ayude a lograr lo que aquí escribo.