Bogotá

Por asuntos de trabajo, de mi nuevo trabajo, llegué a esta ciudad en la madrugada del jueves 29 de agosto de 2013. No es la primera vez que llego a estas calles, a encontrarme con esta inmensa explosión de culturas y personas de diferentes lugares, culturas y emociones, que poco a poco se vuelven más familiares de lo que yo mismo pensaba.

Este tiempo, estos días, han sido una experiencia bastante diferente a las anteriores. Vine en plan de conexión, de contexto, de aprendizaje, y a la vez a liderar, convocar, orientar y crecer como persona y como profesional en un camino que siento haber preparado por muchos años. Se que cada paso que he dado es la condición previa al espacio que sigue, al momento de vida que ha de llegar.

Aquí ya encontré parroquia para la misa diaria, un camino que recorro a diario rumbo al trabajo y que, en las noches, me permite regresar. Hallé unas nuevas rutinas y también he comenzado a encontrar nuevos amigos. Aunque muchos no lo creen, esta Ciudad me está tratando bien y me siento abrazado por ella, acogido como uno más.

Escribo esta entada porque siento que debo agradecer el tiempo que llevo en estas calles. Hoy recorrí la vieja Bogotá, la de mis abuelos, la de mis recuerdos. Hoy visité el Cerro de Monserrate y nuevamente fui acogido porque, a pesar de la hora, logré lo que buscaba. Esta ciudad es inmensa, como sus problemas y expectativas. Es fría por su clima pero vibra inmensamente con sus grandes pasiones. Alucinante, al punto de ver toda clase de carros de lujo con sólo pararse en una esquina por 10 minutos, inimaginable, como el Ferrari rojo de esta mañana estacionado en un parqueadero al aire libre.

Gracias, Bogotá, por tu acogida. A mi regreso, espero encontrarte mejor.