Recreacionistas
¿Alguna vez ha dictado usted una clase? Probablemente recuerde algunas anécdotas de aula, cuando pasaban sin preocupación los tiempos del colegio o de la universidad. En muchos casos, usted era el protagonista de anécdotas curiosas, entre las que seguramente habrá que mencionar las copias en los exámenes, las preguntas sin sentido y hasta las terribles exposiciones a las que, más de uno, se enfrentaba con temblor en el cuerpo y sudor en las manos.
La tarea docente conserva muchos ingredientes de los que hace varios años la hicieron una profesión respetable: El profesor, el maestro o docente, como se quiera llamar, era una persona revestida de un respeto ganado por su capacidad investigativa, por la capacidad intelectual para conectar ideas y proponer caminos para el avance del conocimiento y, lógicamente, por ser una persona íntegra, plena de valores tan importantes como la equidad, la puntualidad y el carácter que lo convertía en ejemplo de vida y sinónimo de rectitud y lealtad.
Sin embargo, los tiempos cambian y los métodos docentes, propuestos en muchos casos por las áreas de apoyo (la pedagogía y la didáctica) también lo hacen. Desde hace algunos años la cátedra universitaria se inundó de propuestas de cambio, orientadas a darle una mayor participación al estudiante, permitiéndole interactuar en escenarios nuevos y asumir una posición más propositiva que de simple espectador. Los objetivos del proceso eran, inobjetablemente, benéficos para la educación.
No obstante, las universidades colombianas enfrentan un reto con el que ningún asesor docente se imaginó: La época de transformaciones evolucionó a una cultura ligera, despreocupada y hasta irresponsable, en la que los más jóvenes adoptan en los colegios unas costumbres basadas en la libertad que propone el hecho de no hacer nada, de pasar el tiempo en medio de actividades lúdicas que faciliten el crecimiento del hemisferio derecho del cerebro, el mismo que guarda las capacidades creativas y al aire libre y, por lo tanto, los padres de familia resultan tolerantes y propicios para ingresar en la misma cultura, a lo que hay que sumar el hecho de que los jóvenes dopados por medicamentos contra la hiperactividad llegan, en algún momento, a un escenario universitario.
En otras palabras, vivimos en una cultura nueva. Las tecnologías de la información y la comunicación aportan la inmediatez, la multiplicidad de opciones y las herramientas para el aprendizaje y para el contacto con el resto del mundo pero, volviendo al comienzo, ¿qué le aportan a la actividad docente?
Las aulas modernas, las de hoy, están llenas de jóvenes con actitudes más complejas que las de los jóvenes de hace algunos años, y esas actitudes parecen requerir de un nuevo docente, de un nuevo maestro o profesor, como se le quiera llamar. La cátedra rígida, académica y preparada con ahínco y pasión resulta un ladrillo, un monumento al tedio para los jóvenes interactivos ante quienes el sólo asomo de la palabra experiencia parece horrorizar, aunque al querer introducir al aula de clase las tecnologías mencionadas anteriormente, los educandos adoptan el Messenger como recurso para divertirse mientras el profe se desgasta inútilmente ante el tablero.
Estamos ante una generación ligera, propensa al excesivo uso del hemisferio derecho en perjuicio del izquierdo. En las aulas veo a una generación de personas quienes, con algunas excepciones, no tienen visión de futuro. La pedagogía y la didáctica parecen mandadas a recoger porque, finalmente, los estudiantes parecen querer en sus aulas a recreacionistas que los diviertan, en lugar de docentes, maestros o profesores (usted elige) que los acompañen en sus procesos de formación profesional.
Con este panorama le repito la pregunta: ¿Alguna vez ha dictado usted una clase? Si la respuesta es sí, permítame felicitarlo por su valor, capacidad profesional y arrojo. Si su respuesta es no, le pido que por favor le pregunte por estos comentarios a quienes sí lo han hecho. Tal vez lo que ellos le digan le cause una sorpresa mucho mayor de la que estas líneas, posiblemente, le hayan causado ya.
Juan Pablo Ramírez