La enseñanza del videojuego

Muchas veces se ha dicho que los juegos de video son perjudiciales. Hay quienes basan sus afirmaciones en el estado de aislamiento al que se ven reducidos los players, obviando casi cualquier contacto exterior con otro ser humano y dejando todas sus energías en solucionar lo que pasa en la pantalla.

En otros casos, los juegos de video resultan mucho más entretenidos que ver televisión corriente, o por lo menos esa es la sensación reinante luego de que, por enésima vez y en fin de semana, la televisión nacional proyecta la misma película de actores de acción como Jean Claude Van Dame o Jackie Chan.

Los juegos se convirtieron en una herramienta para el entretenimiento y para distraer la mente de los razonamientos cotidianos, y eso es algo que vale la pena permitir. Con la práctica de juegos de rol, de estrategia o de primera persona, por sólo mencionar algunos, las alternativas para sentirse dueño del mundo son tan variadas como divertidas, y eso les otorga cualidades inigualables.

Sin embargo, quiero referirme a un aspecto puntual de mi experiencia reciente con los juegos de video. Hace algunos días recibí dos juegos de estrategia, de los más conocidos en el mercado. Una vez los instalé y comencé la tarea de aprender a jugarlos, comenzaron a cambiar algunas cosas rutinarias: No era tan importante la hora de la noche en la que iniciara una sesión para continuar con las aventuras, y con la herramienta disponible para guardar las acciones realizadas, la sesión ya supera las tres semanas de actividad.

Y precisamente en una de las últimas sesiones, cuando todo estaba perdido y sólo quedaba un aldeano para volver a comenzar la gesta heroica propuesta por el juego, pasó lo inimaginable: Ese aldeano, solo, comenzó a trabajar para obtener los recursos necesarios, crear un ejército y preparar la avanzada estratégica, que dio como resultado la colonización de poblados abandonados y el reclutamiento de nuevos aldeanos y jugadores. Al final de la partida, que duró unas seis horas en total, pude comenzar a jugar en el próximo escenario.

Recordé con el juego que las oportunidades no están siempre en el mismo lugar, que el trabajo en equipo permite alcanzar cualquier meta, y que salir del pequeño territorio en el que vivimos puede facilitar nuevos recursos, nuevas personas y nuevas oportunidades.

Aprendí, con el juego de video, que mi vida tiene una proyección más lejana de la que yo mismo le he dado en los últimos años. Si un amante de los talleres de superación personal recibe este mensaje, tal vez piense muy en serio que algo anda mal dentro de mi. La verdad, luego de hacer muchos de aquellos talleres, el video juego me mostró lo que algunos de aquellos ejercicios no lograron: El espejo de mi propia vida.

Ahora, con la cabeza puesta en el mundo de la virtualidad, debo reconocer que el papel de la tecnología en la construcción de sueños vitales es también un asunto de estrategia. De cara a los nuevos órdenes globales, no hay que descuidar ningún elemento, y eso incluye la diversión tecnológica, de la que me siento una víctima feliz.

Juan Pablo Ramírez

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