Currículum

Hace muchos años tuve en mente la redacción de un texto sencillo, gracioso y sonoro, dedicado a la tediosa construcción y presentación de las hojas de vida o currículum vitae, como bien se les dice. Y es que ellas, las HV, como se las abrevia, tienen la inmensa responsabilidad de recoger, en unas pocas líneas, la experiencia de vida, la obra y milagros de quien las firma, con la meta de que quien la recibe y lee, de cabo a rabo, encuentre invaluable la información allí consignada y no tenga otra opción que decirle al firmante de la misma “listo, estás contratado”.

A mi juicio, las hojas de vida recogen más ilusiones que asuntos prácticos. Aquello de los estudios, los cargos que has ocupado, las posiciones de las que te precias y las que jamás mencionas; los jefes que ya no recuerdas y aquellos que, aunque los llames, jamás darán referencias tuyas… y claro, cuenta con que, en muchos casos, la carpeta bonita divinamente grapada y enviada al área de gestión humana, o a la empresa de head hunters, pasará sin pena ni gloria por los archivadores de las áreas de gestión documental hasta llegar, como tantas veces ocurre, a un inmenso cajón marcado con la etiqueta “archivo muerto”.

¿Desesperanza¡ ¿Pesimismo? Eso dirán algunos al llegar a este punto de la lectura. No, mis queridos amigos. Las hojas de vida cumplen la función de almacenar nuestros sueños, las necesidades de supervivencia y hasta la financiación futura de los antojos que nos alientan a seguir. Aparadores de logros, trampolines al éxito, saltos al vacío y escenarios para la más absoluta imperfección. Las HV, suyas y mía, colectan fracasos y expectativas por igual. ¿Motivo de retiro? Se acabó la empresa, el contrato, el genio del jefe o la paciencia… causales, unas, válidas y sensatas, en tanto que otras jamás aparecen escritas en el documento aquel porque no se vería bien o “¡qué pena!”

Así, entonces, las hojas de vida siguen su tránsito ilusorio de mano en mano, buzón en buzón y correo en correo, esperando la mano salvadora que las tome con el tino preciso y abra, una a una, las ilusiones de triunfo, las esperanzas de aliento y las cobijas perfectas para seguir soñando con la ilusión de un trabajo estable, bien pago, grato, de buenos colegas y grandes proyectos por cumplir. Buscamos la mano, justo esa mano, que se conmueva con la lucha de años por superar los cursos de idiomas, la inmensa cercanía con las redes sociales o los esquemas básicos de conocimientos fundamentales de la primera parte de la carrera. Al final, claro, y como siempre se estila, llegan los datos de contacto de quienes pueden referenciarte y hablar bien de ti. De esos, casi nadie contesta o muy rara vez se les llama, así que frescos, relájense que, como siempre pasa, eres tú mismo quien abre la puerta y logra cerrar el trato de la vida.

Eso sí: Si lo de la HV es apenas un simple requisito de un maratónico proceso de selección, como algunos que me ha tocado vivir, olvídate de ceremonias y parafernalias en el susodicho documento. Sicólogos más, pruebas escritas o de dibujo menos, lo que queda finalmente es un rezago de lo que tanta gente que nunca te ha visto supone de ti y que, para tu infortunio personal, es lo que no aparece descrito ni documentado en el formato Minerva o en lo que sea que se te haya ocurrido.

Así las cosas, dale, sigue, avanza! Jamás tus verdaderos pasos lograrán adherirse a un extracto de vida que dura tan poco, como la ilusión de recomenzar cuando, al ganarte el puesto que buscabas, te das cuenta que no tiene nada de parecido a lo que imaginaste cuando soñaste despierto y hasta dormido y, como en la vida real, debes volver a empezar.